El Friso de los arqueros adornaba el famoso palacio mandado construir por orden de Darío I (522-486 a.C), que trasladó la residencia real y la administración del Imperio, desde Pasargada hasta Susa, la nueve sede.
Muy poco ha llegado de su riqueza constructiva y decorativa, que debió ser inmensa. Pero se conservan en el Musée du Louvre abundantes fragmentos de los frisos que decoraban la residencia real y que datan del siglo v a.C. Algunos, realizados en relieves esmaltados sobre ladrillos, muestran a animales en procesión, unos reales y otros fantásticos, inspirados sin duda en la famosa Puerta de Isthar de Babilonia.
Sin embargo, entre todos ellos hay que destacar el friso que representa los arqueros. Los arqueros reales conformaban el cuerpo más poderoso del ejército persa, que se integraba con diez mil soldados. Equipados de arcos, flechas y lanzas, hasta finales del Imperio constituyeron el núcleo mejor entrenado de todo el potencial bélico aqueménida. Este temible grupo de soldados componentes de la guardia real eran también llamados los "Inmortales", porque las bajas que se producían en las batallas eran inmediatamente cubiertas por otros hombres de gran valía, preparados y adiestrados para tal propósito.
En el Friso de Susa se les representa en hileras que se aproximan al metro y medio de altitud. Ricamente ataviados, portan sobre el hombro el armamento con el que eran conocidos, el arco y el carcaj, mientras que con sus dos manos presentan las altas lanzas en gesto de saludo.
Realizado en relieve esmaltado sobre ladrillo, a pesar del tiempo transcurrido, aún se aprecia con todo su esplendor. Por medio de fuertes contrastes cromáticos, confeccionados con tonos anaranjados, azulados y verdosos, se ha conseguido un elevado efecto de belleza. Los persas lograron un dominio extraordinario de la técnica del esmalte, introducida por los ka-sitas y perfeccionada durante el Segundo Imperio Babilónico. Esta técnica tuvo una enorme difusión, ya que con ella se conseguía un efecto decorativo de gran impacto visual.
No solamente el juego de colores resalta la composición de esta loseta esmaltada. La precisión de los detalles tanto de las telas de las vestiduras como los cabellos y los pelos de la barba, son también interesantes de destacar en la escena, pues están dibujados minuciosamente en cada uno de los personajes. Tal detallismo está tan correctamente conseguido que es imposible advertir las diferencias entre los protagonistas.
Los distintos personajes, colocados simétricamente, uno detrás de otro, aparecen enjoyados. En sus muñecas llevan brazaletes. Esto demuestra el gusto del Imperio por las artes suntuarias, que incluso a sus guardianes se les representa portando tales objetos.
En el presente friso también se encuentran los conceptos propios que dominaban las reglas artísticas de la época. Las figuras en procesión son representadas todavía de perfil, aunque el ojo aparece alargado y no redondo.
Esta magnífica obra, que decoraba una de las paredes del palacio real de Darío en Susa, se puede admirar en la actualidad en el Musée du Louvre de París.
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